5 de octubre de 2012

Jaipur

Tras la precipitada Delhi, Jaipur parece poder detener el tiempo.
Es una ciudad extrañamente colorida: rosada en su casco antiguo, ambar en sus almenas, amarillo desconchado o blanco derruido en la mayoría de sus casas. Hasta el cine erótico tiene color: azul.

Desde el centro histórico a la laberíntica periferia, toda la ciudad esconde exquisitas trampas para el turista. Los vendedores de plata y gemas preciosas, las fábricas de esparto que dicen vender seda, los cazadores de comisiones, conductores que se vuelven políglotas mudos que gesticulan, niñas malabaristas, niñas contorsionistas, elefantes que se dejan acariciar la trompa, camellos que te esperan a la puerta de un cibercafé, hombres que te ofrecen El País de la semana pasada.
In India, everything is possible, gritan los vendedores mientras sonríen y balancean la cabeza. Es cierto, aquí todo es posible si tienes rupias que gastar.

Aqui un niño de 14 años posee un palacio y se hace llamar maharajá mientras en las calles se mueven libres todo tipo de animales que imponen su ley al tráfico y las mendigas corren con bebés en los brazos hacia el próximo autocar. En un patio interior del palacio hay cuatro puertas decoradas y policromadas y unas persianas tras las que esconder a las mujeres de su vergüenza y una sala de armas y un gran cuadro que relata gloriosas victorias en batallas legendarias. Fuera un niño vende figuritas de madera al sol y otros pescan en el agua estancada entre plásticos, cartones y lo que parecen ser los restos de cien comidas flotando a la luz del mediodía. 
En el centro de ese lago, otro hombre que dijo ser maharajá levantó el Jal Mahal. Hoy espera inundado hasta las plantas superiores que amainen los efectos de la última crecida, aunque parece ser que ya ni siquiera existe un puente por el que acceder.

Y mientras todo eso se amontona y sucede a la vez en la ciudad de Jaipur, en las montañas viven los monos, protegidos por el dios Hanuman, crecidos ante cualquier invasor, vigilando la puesta del sol desde las almenas del fuerte de Nahargarh, controlando que el viento vuelva a dormir otra noche y se guarde tranquilo entre las mil y un ventanas del Hawa Mahal.

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